Joyas a toda vela
La bahía de Palma acogió este sábado la primera jornada de la XXVI Regata Illes Balears Clàssics, organizada por el Club de Mar, en la que 16 embarcaciones tradicionales, verdaderos museos flotantes y joyas del patrimonio naval, izaron velas rumbo a la victoria desafiando a la situación anticiclónica.
Contra lo que muchos suponían, el embat hizo acto de presencia en el campo de regatas a la hora programada para el inicio de la competición, dividida en cuatro categorías: época Cangreja, con un recorrido de 12 millas, y época Bermudiana, Clásicos y RI Clásicos, con una travesía de 16 millas.
En la clase de Clásicos, el Argos se hizo con la primera posición con una ventaja de más de una hora sobre el segundo clasificado, el Folia; en la categoría Época Bermudiana, el campeón fue el Argyll, con una ajustada ventaja de tres minutos sobre el Meerbelick; en Época Cangreja el primer clasificado fue el Marigan, al superar en algo más de seis minutos en tiempo compensado al So Fong, y en RI Clásicos, el January Sails logró la victoria. Hoy tendrá lugar la segunda y definitiva manga, en la que se establecerán los ganadores definitivos.
Ajetreo en el pantalán
A causa de la pandemia y las reformas en el club, la regata no contará este año con eventos sociales. Aun así, en los pantalanes del club se vivió con intensidad la puesta a punto de las naves.
«Estamos bien preparados. A ver si viene algo más de viento, aunque parece que no va a ser así», expresó antes de comenzar la competición Petete Rubio, armador del Gipsy, un velero fabricado en Cádiz, en 1927 y que durante de Guerra Civil realizó labores de espionaje para el bando nacional. «Este tipo de regatas tienen un valor infinito. Conservan la tradición de la navegación clásica, que se está perdiendo con la modernidad», concluyó Rubio, que logró la tercera posición en la clase época Cangreja.
A su lado se encontraba el Argyll, del armador londinense Griff Rhys Jones:«Va a ser una jornada difícil para nosotros. Este es un barco pesado y necesitamos algo más de viento. Participamos antes de la pandemia y logramos una segunda posición. Esperamos igualar el resultado», afirmó Rhys Jones, que logró superar su marca de 2019 con la primera posición provisional en la categoría época Bermudiana.
A pocos metros se encontraba la imponente Xarifa, del armador J. Manuel Finozzi. Con casi 50 metros de eslora, esta impresionante goleta de tres palos, que fue botada en 1927 del astillero J. Samuel White&Coen la isla de Wight, al sur de Inglaterra, no compitió, sino que se exhibió en solitario con un recorrido propio en forma de triángulo que abarcó prácticamente toda la bahía de Palma.
La belleza del día: “Bajo las velas”, de Walter Bayes
“Bajo las velas” (1933, Tate Gallery) de Walter Bayes
Under the candles: Mr. Charles Ginner presiding, tal el título original de este cuadro de 1933, no guarda misterios en lo que representa: se impone a la vista el interior resplandeciente de una sala de casino colmada, que cobra vida en torno a las pantallas bajas de color verde y una gran lámpara de araña eléctrica que custodia la escena. La luz intensa que emana de estos focos se refleja en el brillo de las telas y de las joyas que Walter Bayes (1869–1956) ha pintado con colores ácidos y toques audaces de gouache, sobre un dibujo previo de líneas de lápiz cruzadas que se advierte en el borde superior, algo característico de su técnica de dibujo.
Atraviesa el plano del cuadro una larga mesa de juego, alrededor de la cual se agrupan varios hombres y mujeres que toman su lugar en la partida. Por lo que indica el título de la obra, el hombre que está inclinado con sus dos manos junto a la rueda no sería otro que el artista Charles Ginner (1878-1952), viejo camarada de Bayes en el grupo de artistas de Camden Town, sobre el que Ginner, nacido en Francia, ejerció una influencia notable al introducir el arte del posimpresionismo francés y de otras corrientes modernas del continente.
“Retrato de Charles Ginner” (1930) de Edward Le Bas, quien también pintó al artista francés por la misma época
La inclusión del retrato de Ginner en medio de una escena de juego es sin embargo llamativa, debido a que no concuerda con la escasa información biográfica que se conoce sobre su vida personal por aquella época. Seguramente hay por detrás algún chiste interno entre ambos artistas o alguna referencia tácita. En general se lo recuerda a este pintor como un personaje reservado y tímido, que llevaba una vida sencilla. Nunca ganó mucho dinero con sus pinturas y se sabe que pagaba la educación y la salud de dos hijas pertenecientes a una mujer a la que había amado de joven, por lo que seguramente no contaba con suficientes ingresos como para dilapidar su escaso capital en un salón de juego. Una curiosidad de su vida viajera es que cruzó el Océano Atlántico y visitó Buenos Aires en 1909, donde expuso y vendió algunos de sus cuadros en el Salón Costa.
Ginner parece absorto en el desarrollo del juego, mientras que las demás personas en torno a la mesa adoptan un aire menos preocupado, aunque de fondo alguno mira con lamento las fichas que acaba de perder en la ronda y que se lleva el croupier. No están jugando a la ruleta, como podría pensarse, sino al “boule”, una derivación francesa que dispone una gran rueda de dieciocho casillas numeradas consecutivamente del 1 al 9 dos veces. La ventaja para la banca es mayor que la de la ruleta y las apuestas suelen ser más bajas, por lo que a este juego también se lo llama “la ruleta de los pobres”. La escena, efectivamente, ocurre en Bologne, Francia. Como se ve en el cuadro, la bola se posa sobre el número 5, lo que parece explicar la expresión de consternación en la cara de Ginner. El número 5 equivale al cero de la ruleta, invalidando todas las demás apuestas de dinero.
“Rule’s, 35 Maiden Lane” (1940) de Walter Bayes
El arte en Bayes es una cuestión de familia. Nacido en St Pancras, Londres, su padre era Alfred Walter Bayes, un destacado un pintor y grabador que exponía regularmente en la Royal Academy. Además, su hermana, era diseñadora en el estilo Arts and Crafts y su hermano menor era escultor. Se formó, viajó y se dedicó con mucho entusiasmo a retratar la vida moderna, sobre todo el comienzo del nuevo siglo con sus novedosas costumbres.
Según escribió en una carta a la Tate Gallery, que adquirió su cuadro, Bajo las velas (cuyas medidas son 72,4 centímetros de alto y 116,8 de ancho) fue originalmente un estudio para un óleo que se expuso en la Royal Academy londinense. Presumiblemente se trataba de La Vie Galante - ‘On Sonne’ (La vida de los caballeros - ‘Alguien toca la campana’), que fue presentada en 1936, aunque actualmente se desconoce el destino de esa obra, de la que tampoco se conserva imagen alguna. Su título tampoco arroja pruebas, ya que no parece guardar mucha relación con el tema y la apariencia de Bajo las velas. De todas maneras, Bayes acostumbraba a titular sus obras con significados crípticos y es posible que el título significara otra cosa.
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La Santa Compaña salía de Mamuela
Los “cruceiros” fueron durante siglos una de las construcciones más arraigadas en la cultura rural tradicional gallega. Hoy, despojados del carácter religioso o social que tuvieron en el pasado, se han convertido en muchos casos en objetos de decoración (a menudo han sido recolocados en huertas y jardines particulares) y en otros en incómodos restos del pasado que estorban el paso de los coches.
El Ayuntamiento de Ribadumia se ha propuesto terminar con ese ostracismo y poner en valor estas esculturas religiosas, y el primer paso del proyecto se presentó ayer por la tarde en la Praza do Concello, en un acto público al que acudieron medio centenar de vecinos de la localidad.
Unos meses antes de la pandemia, la concejala de Cultura, Mar Rey, se dirigió al profesor Hernando Martínez Chantada, y le planteó la posibilidad de escribir un libro sobre los “cruceiros” de Ribadumia. Le acompañarían en el proyecto el fotógrafo José Abal y la ilustradora Susana del Caño. El resultado de ese trabajo es el libro presentado ayer, y que podría servir de base para un futuro “roteiro” cultural y turístico en torno a estas construcciones.
Hernando Martínez Chantada afirma que en Ribadumia hay unos 40 “cruceiros”, siendo especialmente numerosos en la parroquia de Santa Baia, donde ha contabilizado 14. Los más antiguos son del siglo XVII, con mención especial al llamado Cruceiro Vello, que está situado precisamente en la parroquia de Santa Baia de Ribadumia. También hay unos cuantos del siglo XVIII, y la mayoría son del XIX.
El estudioso afirma que en el municipio hay algunas piezas de gran valor histórico y artístico. Destaca, por ejemplo, uno existente en Rabuñade, en el que se incluye la representación pétrea del Descendimiento de Jesús. Según Chantada, esta iconografía aparece muy rara vez en los “cruceiros”, y de hecho solo conoce otros tres casos en Galicia: en Noia, en las ruinas de Santo Domingo, en Pontevedra, y en el famoso de Hío (Cangas). El de Ribadumia es de factura mucho más sencilla, hasta el extremo de que las escaleras son de metal, pero aún así el autor del libro destaca su valor por lo inusual de la temática.
Hernando Martínez Chantada también destaca una cruz de la parroquia de Besomaño, que tiene la particularidad de que en vez del habitual crucifijo presenta una custodia del Santísimo.
La mayoría de los “cruceiros” de Ribadumia son del siglo XIX
Otra de las piezas que le han llamado la atención es la existente a la entrada del cementerio de Barrantes. Martínez Chantada explica que ese “cruceiro” estaba situado originalmente delante de la iglesia, pero que se retiró posiblemente a principios del siglo XX, pues lo sustituyó otro levantado en 1913. El viejo quedó en la rectoral, hasta que muchos años después unos vecinos decidieron recuperarlo y darle una segunda vida.
Para el autor del libro, los “cruceiros” son mucho más que una obra del arte popular o un posible atractivo turístico: formaron parte de su vida. Y de hecho cuenta como dos de sus abuelos iniciaron su noviazgo en torno al existente en O Casal (Barrantes), anécdota que recrea con un poema en el volumen presentado ayer.
El “cruceiro” del campo de fiestas de Sisán, con base octogonal, es otra de las joyas de este recorrido sentimental y gráfico por el patrimonio de Ribadumia. Son piezas que llevan siglos en el rural, pero que cada vez son más invisibles. Lo que pretende el libro es, precisamente, que la gente se detenga unos minutos y vuelva a mirarlos.