El botijo, el utensilio de moda en 2021: ¿cuál es la manera correcta de utilizarlo?
El botijo, esa pieza de alfarería que ha estado en muchas de nuestras casas desde hace años está viviendo una nueva juventud. Es uno de los ‘complementos’ imprescindibles en los últimos aós y ha vuelto a estar de moda, ¡y lo merece! Esta pieza comenzó a verse en algunas ruinas procedentes de Mesopotamia y las piezas fabricadas con el diseño que conocemos a día de hoy han ido evolucionando. Esta vasija está fabricada con una arcilla porosa, algo que es imprescindible para el mantenimiento del frío en el líquido interior.
Además, se trata de un depósito ecológico ya que no utiliza plásticos y su fabricación es artesana, como se lleva haciendo toda la vida. Hay muchos pueblos en España con tradición alfarera y no es extraño que también lo encontremos como souvenir en muchas de las tiendas de recuerdos de estas localidades.
La originalidad, utilidad y sobre todo, el placer de beber agua fresquita, son algunos de los atributos que han hecho del botijo un imprescindible en las jornadas de verano por muchos años que pasen.
¿Cómo utilizar el botijo por primera vez?
Este verano, si te animas a unirte a la moda del botijo recuerda que tiene su propia técnica para que no se derrame todo y que, antes de beber por primera vez, debes rellenarlo de agua y dejarlo así 24 horas, enjuagándolo dos veces con agua al día siguiente para que quede libre de cualquier bacteria. Además de todo esto, el uso del botijo es saludable ya que entre otros datos que también favorecen su vuelta se encuentra el hecho de que es capaz de conservar el agua fresca incluso cuando la temperatura exterior es realmente alta y, también, es económico: un botijo comprado en tiendas online no llega a los 20 euros y si lo adquieres en una tienda de artesanía local seguro que encuentras alguno a menor precio además de contribuir con la economía de la zona.
El botijo, objeto de culto (y de deseo)
Es el nuevo imprescindible para los meses de verano, y no solo por su condición de fresca compañía en las calurosas tardes de sombra y siesta estivales. Es un prodigio de diseño y sabiduría popular que encaja como un guante en un estilo de vida sostenible.
Pero también es un objeto de culto que arrasa en las principales casas de subastas del mundo de la mano de las piezas cerámicas de Pablo Picasso. Su Pichet à glace (1952), del centenar de piezas numeradas y con la firma Edition Picasso y Madoura, ronda los 40.000 euros y se convierte una y otra vez en protagonista en las subastas. La última, celebrada en Christie’s en junio, consiguió colocar el lote completo de cerámicas de Picasso -casi 500 piezas- en dos días, por más de diez millones de euros, cuadruplicando el precio estimado de salida. Un valor seguro.
Diseños muy españoles, de toda la vida, empiezan a valorarse fuera. Se buscan en brocantes y anticuarios, más allá de su dimensión utilitaria, como auténtica pieza de museo.
Con nombre propio
También ha contribuido el proceso de revisión y rediseño al que han sometido algunos de los principales diseñadores y artesanos de nuestro país en los últimos años a este icono cultural tan nuestro. Adaptado al siglo XXI, es pura tendencia. Como el botijo La Siesta, una de las primeras creaciones de la firma Diabla, diseñado en 2002 por Alberto Martínez -que más tarde fundaría el famoso estudio CuldeSac-, Héctor Serrano y Raky Martínez, realizado a mano siguiendo técnicas de fabricación artesanal en terracota blanca mediterránea, y reeditado por Gandía Blasco. O el Rebotijo (1999) diseñado por Martín Azúa y rediseñado recientemente, con producciones numeradas y limitada a 250 unidades. Más ejemplos: el botijo Wow de Mariana Lerma y Mónica Thurne, por el que fueron premiadas en el Salone Satellite, dentro del Salón de Milán. El botijo Càntimplora, diseñado por los arquitectos Joan Cruanyes y Carles Bassó, con la colaboración de Pol Cruanyes. Junto a ellos, el botijo de líneas escandinavas de Carlos Jiménez, diseñado durante su periodo en prácticas en Normann Copenhagen. El Càntir 2020 de André Ricard, diseñado para el Museo del Botijo de Argentona; el “botijo de autor” de este 2021 para el museo ha sido diseñada por Óscar Tusquets. El Càntir (2018) de Carles Bassó y Joan Cruanyes. El Càntir 2019 de Miguel Milá…
Así, un elemento humilde de la vida cotidiana, ancestral, que ha estado en peligro de extinción, se ha convertido en tendencia en los interiores más sofisticados como pieza escultórica.
También hay excelentes piezas tradicionales, como las de ciudades alfareras como La Rambla (Córdoba), Las Barreras de Órgiva, en la Alpujarra granadina, y Agost (Alicante), especialmente las de Severino Boix.
Y algunas tiendas míticas, como La Casa de los Botijos, en la Plaça Redona de Valencia, y Alfarería Tito, en Úbeda. Entre las más actuales, arrasan las piezas de Bootijo e Iuka -solo de venta online-, tradicionales con un punto de modernidad; las de la Real Fábrica Española, diseño renovado a cargo del artesano José Ángel Boix en barro blanco levantino; el botijo Sancho, del taller cerámico madrileño Tánata; las piezas de la firma valenciana Sklum, de venta de objetos de diseño y decoración online; y la tienda madrileña Cocol Madrid, templo de la artesanía con alma.
Mucha ciencia
Pero hay otro poderoso motivo para quererlo: es el método de refrigeración más ecológico y barato que existe. Porque, a pesar de la leyenda, su mecanismo es de todo menos simple. Al contrario, pura ciencia y ejemplo de eficiencia. Responde a una fórmula matemática que encierra el secreto de su asombrosa capacidad de bajar la temperatura del agua entre ocho y diez grados sin consumir energía. El agua del botijo se refrigera de forma natural a través de sus poros, un mecanismo que reproduce el de la sudoración para bajar la temperatura corporal. Una mezcla perfecta de sabiduría popular e ingeniería artesanal de vanguardia.
La dinámica del botijo
Una de las cerámicas de Asunción Molinos Gordo. Pablo Gómez-Ogando. Cortesía de la artista y Travesía Cuatro
Hay quien dice que el vientre abultado de las vasijas de barro es en realidad una alegoría de la barriga de la mujer. Eso de poner los brazos en jarra refuerza la idea de cuerpo y hasta el agua guarda una fuerte simbología femenina y fecundante. Botijos se les dice, en la España profunda, a los pechos grandes y, en su versión femenina, es el sinónimo de chiquillo en Uruguay y de alguien pasado de peso en México. Al igual que la piel de los humanos deja salir el sudor para refrescar el cuerpo, el botijo también suda a través de sus poros. Parece alquimia, pero en realidad se llama termodinámica. Todo son virtudes en un botijo: es el mejor testigo del paso de las horas, no entiende de clases sociales y tiene la gracia de la polisemia. Cántaros, cantimploras, cantarillas, jarras, barreños, lebrillos o ritones siempre han sido los mecanismos populares que han contribuido a una gestión más eficiente del agua. Una gestión que, hace unos meses, se cotiza a la alza en Wall Street poniendo patas arriba cualquier idea de patrimonio tradicional y costumbres pretéritas.
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Un paseo por el tiempo es lo primero que propone Asunción Molinos Gordo con sus botijos acumulados en la galería Travesía Cuatro, en Madrid, aunque bajo el título, ¡Cuánto río allá arriba!, se suman varias capas de información. Es un verso de Octavio Paz extraído de su poema Cántaro roto, que ya en los cincuenta cuestionaba la idea de progreso con la que los gobernantes disfrazaron la realidad de su país del mismo modo en que los mecanismos financieros han creado un espejismo de aguas caudalosas a partir del recurso más preciado de la tierra. Un tema urgente en una exposición incisiva e inteligente. Seguramente, una de las mejores que pueden verse ahora mismo en Madrid. Su mirada sobre la cultura del agua y la sabiduría rural se vuelven cada vez más fundamentales para reivindicar que el agua debe ser un bien común, lejos de especulaciones. La artista vuelve a utilizar el código escultórico basado en el lenguaje antropológico, como ha hecho ya en proyectos anteriores, como Dunia, Mulk o Description de l’Égypte. Aunque si hay uno que enlaza directamente con este proyecto es Como solíamos, que creó para el IVAM de Valencia, donde pudo verse hasta abril de este año. En él reproducía el trazado de acequias de la huerta valenciana, una obra de ingeniería hidráulica construida por los agricultores en la época andalusí.
En esta ocasión propone un collage cerámico cargado de licencias históricas, al mezclar elementos de ajuar nazarí con otras piezas típicas del Mediterráneo. Los botijos vienen a ser un cuaderno de bitácora donde se superponen vivencias y lecturas, ensoñaciones e investigaciones a través de múltiples creencias y disciplinas con la mitología, la etnografía, la antropología y la literatura. Una obra que nos arrastra de forma incesante hacia el pasado, retrocede arriba y abajo por este y otros mundos, por este y otros tiempos. Un proyecto que habla de la conjunción del hombre con el entorno natural. Del cuerpo como elemento supremo de la naturaleza. De mundos perdidos en los que exaltar la historia que los ha marcado.
Es una idea que uno reencuentra en la propuesta del británico Jonathan Baldock en La Casa Encendida, también en Madrid. Siendo a escala formal diametralmente diferente, también Baldock indaga en esa relación potencial con la tierra y la naturaleza. El sonido del agua se oye desde una de las esquinas. El viaje por la exposición se desvía en continuas digresiones, a veces literarias, a veces filosóficas o meditativas. También hay cerámica y arcilla, arpillera, cera de abeja, vidrio soplado o madera que invocan a los cinco elementos. Un abanico de fieltro representa el aire, una marioneta tiene relación con lo acuático, una vela encendida escucha con dos orejas y cinco taburetes aluden a la tierra mientras unos ojos gigantes dorados representan el éter. Es fácil sentirse extranjero ahí y que se instale una especie de estimulante vacío, un estado de ingravidez en el que flotas por un territorio que te es extraño, pero del que regresas más vacío aún pero con palabras. Con la certeza absoluta de que el viaje no tiene fin.
‘¡Cuánto río allá arriba!’. Asunción Molinos Gordo. Galería Travesía Cuatro. Madrid. Hasta el 30 de julio.
‘Aún aprendo’. Jonathan Baldock. La Casa Encendida. Madrid. Hasta el 26 de septiembre.
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