Francisco Otero Besteiro, a la espera de nuevas relecturas
con frecuencia sucede que el tiempo extiende su nebulosa y desdibuja el pasado, ocultándolo, y de vez en cuando es preciso hacer un ejercicio de memoria para rescatar momentos que ya fueron. Sucede en el arte y en otras disciplinas; en el camino quedan las huellas de existencias que brillaron antaño, al rememorarlas se descubre algo nuevo y surge la sorpresa. Y en ese ejercicio de relectura, las creaciones del escultor lucense Francisco Otero Besteiro (O Corgo, Lugo, 1933-Madrid, 1994 ) cumplen con esas condiciones de revelación.
Más allá del artista insólito y extravagante que se prodigaba con frecuencia en los círculos artísticos del Madrid de los sesenta, setenta y ochenta, Otero Besteiro poseía una honda imaginación incentivada en los años de la niñez por la singularidad del paisaje familiar de su tierra natal, animada la fantasía en aquellos bosques que los romanos milenarios calificaron de sagrados.
Su formación artística se afianza en los cincuenta en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, mostrándose como un original escultor que buscaba la formación en otros campos como el filosófico y más allá del arte, en la ciencia, especialmente en el mundo de la biología. Esas preferencias que atraen su atención, dejan su huella en las creaciones que aborda; es cierto que pronto sobresale entre el conjunto de artistas de su tiempo. Luego, becado por la Fundación Juan March, continúa con su formación en Roma, explorando el mundo de la escultura clásica, que viene a dar sentido a las percepciones sobre la romanización, aún latentes en las raíces campestres de su infancia, y en adelante apreciables en su obra; en París, afianza sus conocimientos en la Ècole de Beaux Arts, y las experiencias darán mayor profundidad a lo que emprende.
Desde los comienzos, Otero Besteiro se distingue por la creación de una obra basada en la interpretación de la naturaleza, en la representación de animales mitológicos, lo que desvela una curiosa visión de la existencia, en algunos momentos, próxima a conceptos cercanos a un surrealismo sui generis, en el que prima también la razón consciente y la tendencia a expresar la viveza orgánica de las formas.
Su trabajo no se reduce a la escultura, de gran y pequeño formato, que construye en materiales diversos como el bronce, el granito, la madera, el hierro o el mármol, uno de los elementos preferentes, sino que también se extiende a la creación de joyas-escultura, que se pudieron ver, entre otras, en las galerías Trece (Barcelona) y Edurne (Madrid), en 1971, al dibujo y a la conformación de piezas que bien podrían integrarse en la vida cotidiana (“cama con plantas y cortina de agua”) y que denominaba esculturas útiles. En ese aspecto, algunas llegaron a enlazar materias vivas e inanimadas, realizadas en mármol de Carrara, en grandes formatos que ubicaba en el campo, manifestaban el personal sentido gozoso de la existencia.
En un repaso por las hemerotecas, encontramos valiosas referencias a su persona y obra, escritas por reconocidos críticos de la época; con mayor frecuencia se refirieron al escultor Francisco Umbral y especialmente, Camilo José Cela, quien opinaba que “las formas de Otero Besteiro están por encima de la anécdota y de la representación, y a un lado de la materia y las tendencias”. Y aunque a veces, ejercía de personaje histriónico y daliniano, detrás de la apariencia se escondía un hombre concienzudo, extremadamente sensible, persistente y lucido.
El conjunto de su obra bien merecería una amplia revisión que diese lugar a un mayor conocimiento e inserción objetiva en la historia. Su hermano menor, Alejo Otero Besteiro, también escultor y con una personal trayectoria en ese campo, definida por el compromiso con los derechos de igualdad, las causas sociales y políticas (en los últimos años llevó a cabo los Monumentos a los Abogados de Atocha, en Pinto, Madrid, 2002, y a las Mujeres represaliadas y encarceladas durante la dictadura, en el Jardín de Villángela, Segovia, 2011), intentó en varias ocasiones, reavivar su nombre y traer su legado a Galicia, con el propósito de permanencia.
Cimadevila se muda a Los Ángeles
Reconozco que no me gustan las mudanzas. Cada vez que escucho esta palabra pienso: necesito una semana solo para llevarme los libros y la ropa… Pues bien, esta semana me he enterado de que el diseñador de joyas pontevedrés Pablo Cimadevila se va a vivir a Los Ángeles.
El excampeón paralímpico, que ha convertido su taller de joyería de Mourente en una referencia a nivel mundial, está haciendo las maletas para cruzar el charco. Y así quiso compartirlo a través de sus redes sociales con sus muchísimos seguidores. Solo en su canal de YouTube tiene más de cuatro millones de suscriptores.
Pablo se muda a LA en diciembre y, además del vestuario, también está pensando en ponerse mazas. Y así lo ha compartido a través de su cuenta de Instagram. Con mucha retranca ha escrito que igual le hace falta llevarse de aquí unos cuantos kilos de silicona. ¿Lo dirá porque las operaciones de cirugía estética están muy de moda en esta ciudad de California?
Tengo clarísimo cuál es la respuesta a esta pregunta: tú, Pablo, estás de buen ver. No te hace falta silicona. Ahora bien, yo me pensaría en un cambio de look. Pablo luce una melenaza que hace juego con sus ojazos azules. Y una barba hipster que me encanta. Pero, ya saben lo que dicen, ciudad nueva, imagen nueva, ¿no?
Lo que seguro que sí se llevará de Pontevedra a Estados Unidos es su retranca. Porque Pablo ha compartido con sus seguidores que lleva dos semanas yendo al gimnasio para enseñar tríceps. “Espero muchos likes, gracias”, escribió en su cuenta de Instagram. “(Estoy bromeando)”, agregó.
Si la aventura vital de Cimadevila me entusiasma, la que también me ha hecho feliz es el particular peregrinaje que ha hecho la marinense Raquel Carragal, que el sábado salió de Pontevedra con destino Santiago por una buena causa: dar visibilidad a la esclerosis múltiple. Pues bien, Raquel ha completado con éxito la ruta de 70 kilómetros. ¡Enhorabuena!
El que también está de peregrinaje es el cocinero Yayo Daporta. Aprovechando el cierre de su restaurante, Estrella Michelin, como consecuencia de las restricciones por el repunte de casos de coronavirus en su Cambados natal, el chef ha decidido tomárselo con buena filosofía. Y se ha marcado su particular Camiño de Santiago en unas “vacaciones pandémicas”, el término que emplea en sus redes sociales para conocer distintos pueblos.
Ahora mismo anda Yayo por Castilla y León. Y con sus seguidores comparte una de las mejores cosas que hay en unas buenas vacaciones: comer bien. Y al Estrella Michelin no le falta buen gusto, a tenor de los platos y las cocinas que ha visitado en este periplo.
Yayo, me has puesto los dientes muy largos. Me declaro fan de tu ruta gastronómica xacobea.
Florentino Cuevillas
Artigo publicado en La Región o 31 de xullo de 1958
Con Florentino López Cuevillas Orense ha perdido una presencia excepcional. Queda su obra, que es uno de los títulos que nuestra ciudad puede invocar con mayor orgullo. Los muchos cientos por cien - digámeslo asi- de orensanismo que había en Cuevillas, lo autoriza plenamente.
Pero he aquí que se ha extinguido una vida ejemplar. Florentino López Cuevillas vivió desde siempre obsesionado por la pulcritud en el cuidado de su persona y de sus costumbres, por la exactitud en sus estudios y sus trabajos, por la rectitud de su conducta. Era un hombre sin vacilaciones, de una voluntad tan fuerte como su entendimiento, afirmativo en su doctrina, sólido en sus puntos de vista, tolerante con todos y exigente consigo mismo.
Todo el mundo sabe que se le debe la sistematización de la prehistoria gallega, cuyas líneas fundamentes dejó trazadas, sin que hasta ahora hayan sido sujetas a revisión. Y lo hizo, no sólo manejando una extensa bibliografía que llegaba a lo más reciente sino trabajando directamente en el campo, emprendiendo y dirigiendo excavaciones, cuyos resultados le permitieron trazar de un modo general la fisonomía de la vida de nuestra región en la Edad del Hierro, y esbozar la de tiempos anteriores; iniciando y llevando adelante, con ayuda de equipos escogidos, la catalogación de los Castros; publicando notables monografías sobre las joyas y las armas de aquellas épocas; rastreando en las creencias y las costumbres populares, las huellas de las religiones y los ritos primitivos; desmenuzando las fuentes griegas y latinas, para extraer noticias sobre nuestras antigüedades. Todo esto le había conquistado un gran prestigio en toda España y fuera de España, y hacía que su colaboración fuese solicitada en las mejores publicaciones de la especialidad.
No es posible omitir sus trabajos sobre los orígenes de la ciudad de Orense, que, siendo los más divulgados, han llegado al conocimiento de cuántos aman y se interesan por nuestra ciudad.
Los orensanos saben también, aparte del sabio especialista, el gran escritor que era Cuevillas. Cuevillas, el prehistoriador, era, en efecto, uno de esos prodigiosos autodidactos que se dan en Galicia. Porque su primera formación universitaria no era humanística, sino científico-natural. Los de afuera se asombraban, a veces, de que Cuevillas fuera Licenciado en Farmacia, sin reparar en que la Prehistoria, ciencia todavía relativamente joven, fue iniciada en gran parte por naturalistas: geólogos y antropólogos, desde luego, y no químicos, como en este caso.
Casi no puede decirse que Cuevillas haya ejercido la farmacia, pero sabía de eso, también, más que bastante; abarcaba desde la galénica hasta la de vitaminas y las hormonas, y se podía consultar cerca de sus efectos y aplicaciones.
Como escritor, procedía, originalmente, como todos nosotros, del “modernismo”, cuya resonancia se notaba en su estilo, siempre limpio y sugestivo. Leia mucho, y el erudito en cosas de los milenios perdidos, era también ávido de la actualidad, de penetrar en sus preocupaciones y conflictos, aun que manteniéndose independiente de las tendencias dominantes. Era -y este fué tema que trató bastantes veces- un crítico severo en muchas ocasiones de la concepción actual de la vida y de las costumbres de hoy. En semejante sentido, hizo, ocasionalmente, critica literaria y arte.
Tampoco es conocida de todos su actividad como profesor. Cuevillas ejerció la enseñanza privada, en alguna academia, y de una manera mas reducida e íntima, en su casa. Esto no transciende al público, pero los alumnos que la han recibido, cuando es como la suya, no la olvidan nunca. He oído hablar de lecciones suyas magistralmente perfectas, pero principalmente, eran dadas con convicción y con calor que se comunicaba al oyente y la aprovechaba en todos conceptos.
Acaso no fuera yo el más indicado para decir estas cosas, dados los ligámenes de sangre, de convivencia y de colaboración que me unían a Cuevillas; pero me parece que cualquiera que lea estas líneas, reconocerá plenamente que tales motivos no alteran en lo más mínimo la verdad de lo que en ellas se dice.