El cautivador pudor de Afrodita Cnida, la primera escultura de una mujer desnuda del mundo clásico

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El cautivador pudor de Afrodita Cnida, la primera escultura de una mujer desnuda del mundo clásico

Dalia Ventura

BBC News Mundo

21 febrero 2021

Fuente de la imagen, Royal Academy Pie de foto, El pudor de la diosa del amor y el sexo marcó el arte occidental. (Detalle de grabado de Afrodita de Cnidos de Claude Randon 1674 - 1704)

En el siglo IV a.C. Praxíteles, el más célebre escultor de Grecia de ese entonces, hizo algo escandaloso: una estatua de una mujer desnuda.

Durante más de tres siglos y medio, el mundo clásico se había acostumbrado a ver la figura de hombres en toda su gloria, pero ésta era probablemente la primera escultura de una figura femenina de tamaño natural sin nada que ocultara sus partes íntimas.

La isla de Kos le había comisionado una estatua de Afrodita y él había hecho dos: en una de las versiones, la diosa del amor, la belleza, el placer y la pasión estaba vestida.

En la otra, sin ropa, con una mano haciendo un gesto para intentar en vano esconder algo de su belleza inmortal, mientras que la otra sostenía algo de tela, quizás una prenda de vestir o una toalla.

Horrorizados frente a tal visión, los isleños de Kos decidieron adquirir la diosa recatada; sin tales remilgos, la vecina ciudad de Cnidos aprovechó la oportunidad y se llevó a la deidad despreciada a casa, para que desde su templo bendijera los viajes de los barcos que pasaran por sus costas.

Una revolución

Esa primera representación del cuerpo femenino desnudo en el arte fue una revolución.

Praxíteles había roto con la tradición de cubrir a las mujeres, pero igual de importante, señala Mary Beard, historiadora del mundo clásico, es que su Afrodita “no se está exponiendo descaradamente ante nosotros: aparece como si la hubiéramos sorprendido por casualidad cuando está a punto de tomar un baño o acaba de salir de él. Con una mano, se cubre modestamente”.

Fuente de la imagen, Getty Images Pie de foto, Uno de los desnudos más polémicos del arte occidental: la primera escultura de una mujer desnuda de tamaño natural en el mundo griego y probablemente en Occidente.

“Es como si el escultor nos estuviera dando una excusa para ver a la deidad desnuda”, apunta Beard en el documental “El impacto del desnudo” de la BBC.

Así, “Praxíteles estableció esa inquietante relación entre la estatua de una mujer y un espectador masculino supuesto que nunca se ha perdido en la historia del arte europeo”.

En el centro del mundo

Pero quizás no habría tenido tal impacto de no ser por la osadía de la población de Cnidos, una ciudad helénica en el suroeste de Asia Menor -ahora en la península de Datça en la actual Turquía-, que estaba en el centro de las rutas comerciales de Alejandría a Atenas, y su puerto protegía a los marineros de los etesios, esos fuertes vientos del mar Egeo que soplan de mayo a septiembre.

El santuario que albergaba a Afrodita Euploia o ‘Afrodita del buen viaje’, que era su nombre en su calidad de diosa del mar, era “completamente abierto, para permitir que la imagen de la diosa pudiera ser vista desde todos los lados, y se cree que se hizo de esta manera con la bendición de la diosa misma”, según contó más tarde el escritor romano Plinio el Viejo, para quien la escultura esa no era sólo la mejor de Praxíteles, sino también la mejor del mundo entero.

Estaba lejos de ser su único admirador.

La Afrodita Cnidea, como se le llegó a conocer, cautivó con su belleza el mundo antiguo.

Pie de foto, Los habitantes de Cnidos estaban tan orgullosos de su diosa que la pusieron en sus monedas.

“Más tarde el rey Nicomedes [de Cos] trató de comprársela a los cnidios, prometiéndoles liberarlos de su enorme deuda estatal”, relató Plinio el Viejo en su “Naturalis historia”.

“Pero los cnidios se mantuvieron firmes en su decisión, y acertadamente, ya que fue la obra de Praxíteles la que hizo famosa a Cnido”.

La más bella del mundo

Efectivamente, la ciudad se hizo prominente, convirtiéndose en un destino de peregrinaje.

La escultura era considerada como una de las más deseables de su tiempo, literal y metafóricamente.

Plinio observó que algunos visitantes terminaban “sobrecogidos por el amor hacia la estatua”.

“Erōtes” o “Amores”, una obra asociada al autor sirio Luciano de Samosata, habla sobre un noble que se obsesionó tanto con la imagen de Afrodita que pasó la noche en el templo e intentó copular con la estatua.

Al ser descubierto por un custodio, sintió tal vergüenza que se arrojó por un acantilado al mar.

Otros escribieron poemas y alabanzas admirando la forma en que el mármol cobraba vida en la redondez de sus muslos, la perfección de su trasero y la sensualidad de su boca entreabierta.

Fuente de la imagen, Getty Images Pie de foto, Contrasta y compara. Esta es una copia de una escultura de Praxíteles de un hombre desnudo: ningún recato necesario pues por 350 años se venía mostrando todo lo humano… masculino.

En un estilo más ligero, un epigrama lírico cuenta que la diosa Afrodita misma fue a Cnidos para ver la escultura. Al reconocer su perfecta semejanza, se preguntó: “Paris, Adonis y Anquises me vieron desnuda. Eso es todo lo que sé. Entonces, ¿cómo lo logró Praxíteles?”.

Otro similar, que se le atribuye a Platón, cuenta que, tras observar la estatua por todos los lados, la diosa dijo: “¿Cuándo me vio Praxíteles desnuda? Praxíteles nunca vio lo que no era correcto ver: su herramienta esculpió una Afrodita que le gustaría a Ares (dios olímpico de la guerra y amante de Afrodita)”.

Y, a pesar de ser producto de la imaginación, esos epigramas translucen la genialidad del artista que no sólo se desvió de la tradición representando al cuerpo femenino sin recato, sino mostrando dioses no como seres distantes y majestuosos para reverenciar, sino más emotivos y vulnerables, dotándolos de una gracia más humana.

Una ruptura que, según los conocedores, fue tan importante en ese entonces como el impresionismo en la modernidad.

Venus púdica

En el caso particular de la Afrodita Cnidea, los muchos escultores que siguieron la pauta de Praxíteles en el mundo clásico, adoptaron pretextos similares para presentar a la mujer o diosa como recatada y desvestida, dándole a todo observador una excusa para admirarla sin pudor.

De hecho, es también conocida como La Venus Púdica, nombre que además se utiliza además para describir esa pose clásica en el arte occidental en el que la mujer desnuda en cualquier posición intenta esconder sus partes íntimas de la mirada de otros.

“Cuando, siglos después, amantes del arte desde el Renacimiento en adelante alabaron los logros de los antiguos, quedaron cautivados por esas tímidas diosas”, señala Beard.

Y los artistas plasmaron esa admiración en sus propias obras.

Fuente de la imagen, Getty Images Pie de foto, Una de las Venus púdicas más hermosas de la historia.

La pose, sin embargo, fue perdiendo su atractivo con el paso de los siglos y los cambios sociales.

Los críticos empezaron a señalar que le negaba al sujeto femenino el poder en su sexualidad y que la idea de que fuera atractivo ver a una mujer tratando de proteger su cuerpo desnudo de miradas no deseadas, era inquietante.

En 1863 el pintor francés Édouard Manet le asestó un golpe con su obra Olimpia.

Olimpia aparece dueña de su cuerpo, mirando sin vergüenza a quien la mira. No le teme a los deseos. No es vulnerable. No está expuesta a una intromisión no consensual.

Su desnudez es su decisión.

Fuente de la imagen, Getty Images Pie de foto, La Olimpia de Manet no es una chica tímida y recatada; no está a merced de los hombres.

Misterio

La célebre Afrodita Cnedia original desapareció. No se sabe exactamente cómo. Hay quienes piensan que fue llevada a Constantinopla o que fue destruida en un incendio, pero la verdad es que es un misterio.

Lo que sabemos de ella es gracias a las descripciones y a copias hechas a ojo. Varias copias.

A lo largo de los siglos, muchos hicieron realidad su deseo de poseer a Afrodita Cnedia.

Generaciones de artistas hicieron imitaciones fieles y otros más juguetones, en las que le ponían la otra mano para tratar de cubrir el pecho o le quitaban ambas para que mostrara todo.

Hubo hasta una que, de frente, estaba vestida, pero se levantaba el vestido por atrás.

Y algunas de ellas están hoy en día en los museos: la Venus Colonna (Venus es el nombre romano de Afrodita), la Venus Capitolina, la Venus Medici, la Venus Barberini, la Venus di Milo, la Venus de Borghese, la Afrodita Kallipyrgos (que se traduce como la ‘Afrodita con el buen trasero’)…

Te dejamos en compañía de tres de ellas.

Fuente de la imagen, Getty Images Pie de foto, Afrodita Cnedia inspiró a generaciones de artistas de todo el mundo antiguo a hacer copias, como -de izquierda a derecha- la Venus Capitolina (II o III a.C.), Venus de Medici (I a.C.) y Colonna Venus.

La obra más valiosa de Praxíteles [Anécdota]

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El escultor clásico Praxíteles estaba prendado de Friné, su joven y hermosa amante, quien le sirvió de modelo de algunas de sus más insignes obras.

A modo de agradecimiento quiso obsequiar a la muchacha con una de sus esculturas, pero ésta, desconocedora del valor de las mismas, no sabía por cuál decidirse. Para sacar información al escultor sobre su obra más valiosa, y por tanto saber cuál elegir, decidió compincharse con uno de los sirvientes al que pidió que durante la cena gritase que el taller estaba en llamas.

Esa noche, durante la cena, el criado, tal y como había quedado con Friné, dio la voz de alarma a modo de ‘¡Fuego, fuego en el taller!’.

Plaxíteles sobresaltado exclamó sin pensárselo dos veces:

«¡Mi Cupido, que alguien salve mi Cupido!»

Fue entonces cuando Friné confesó que se trataba de una broma y añadió:

«Ahora ya sé qué obra debería escoger: ese Cupido al que tanto hubieras lamentado perder»

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El caso de la prostituta Friné está en el origen de los actuales abogados

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Carlos Berbell - Yolanda Rodríguez

En la Antigua Grecia estaban prohibidos los abogados por el temor de que la persona hábil en el arte de la oratoria pudiera seducir a los jueces. Los hombres tenían que defenderse a sí mismos. Cuando las mujeres eran las acusadas, podían requerir el servicio de un «orador». Fue el caso de Friné, una bellísima prostituta acusada del delito de «impiedad».

Dicho delito consistía en no respetar los ritos que se debían realizar por los dioses.

En la Grecia de aquel tiempo regía una justicia popular. El tribunal estaba compuesto por ciudadanos elegidos por sorteo y las partes debían defenderse a sí mismas, de acuerdo con la Ley de Solón.

Para los griegos, el mejor sistema de descubrir la verdad entre dos personas era poniendo a una frente a la otra, dejando que cada una contara el asunto a su manera, aportando las pruebas que considerasen relevantes, sin permitir que un tercero interviniese.

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A esta metodología la denominamos hoy careo.

Al jurado al que nos hemos referido lo denominaban Heliea y estaba compuesto por 6.000 ciudadanos, aunque normalmente sus miembros variaban según los temas a tratar. Para un proceso privado solían ser 201, pero cuando era público su número variaba de 501 a 1501. 1501 jurados. Todos eran elegidos por sorteo.

Aquello debía ser inmanejable, se dirán ustedes. Debía de serlo, pero era la consecuencia del ejercicio de una democracia libre y directa.

En detrimento del sistema hay que aclarar que la actividad de defensa era un puro ejercicio de elocuencia por el que se trataba más de conmover que de convencer.

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Y como no todos los que tenían problemas legales habían nacido con el don de la oratoria, solían contratar los servicios de los logógrafos jurídicos, antecedentes directos de los actuales abogados, quienes, tras estudiar los casos, les daban forma y redactaban un discurso que luego, sus clientes, memorizaban para exponerlo ante el jurado popular.

El espacio en el que se celebraban los juicios era el Areópago, que era considerado un lugar sagrado.

Por ello, antes de cada audiencia, era regado con agua limpia con el fin de recordar a los jurados y a los litigantes que en él sólo debía entrar lo que era puro y nada más.

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La acusación contra Friné era de las más graves que se podían articular contra nadie. La hetaira -nombre que recibían las prostitutas en Grecia- lo sabía muy bien. El gran filósofo Sócrates se vio obligado a suicidarse por una acusación idéntica.

Friné no se llamaba realmente Friné. Era su «nombre artístico». Su verdadero nombre era Mnēsarétē, que significaba «comemorando la virtud». Pero debido a la tez amarillenta de su piel le pusieron el mote de Friné (sapo). Esa era la costumbre para las cortesanas y prostitutas.

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Esta mujer nació en el año 371 antes de nuestra era y se supone que inspiró al Apeles, el pintor, su obra «Afrodita emergente, saliendo del mar», y al escultor Praxiteles -amante suyo- que la tomó como modelo para su estatua de Afrodita de Knidos.

FRINÉ PIDIÓ AYUDA AL ORADOR HIPÉRIDES

La prostituta Friné pidió ayuda a su amigo y amante Hipérides -y uno de los mejores oradores del momento- para que la representara ante el Aerópago.

A pesar de que Hipérides se lo preparó a fondo y de que fue una de las mejores intervenciones de su vida, no consiguió convencer al jurado con su conmovedor discurso, que le había escrito ex profeso Anaxímedes deLampsacus.

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Por ello se vio obligado a utilizar su “bala de plata”.

O dicho de otro modo, el «plan B».

Hipérides miró al jurado. Friné estaba de pie junto a él, cubierta con una vestimenta ligera.

En un momento dado, sorpresivamente, desnudó a Friné ante sus señorías.

El impacto debió ser brutal, teniendo en cuenta que el jurado estaba compuesto sólo por hombres, porque las mujeres no contaban.

Un momento que reprodujo con maestría el pintor y escultor francés Jean-Léon Gérôme, en su cuadro «Friné ante el aerópago», fechado en 1861, y que ilustra este artículo.

Según dice la historia, el famoso «orador» convenció al tribunal de que no podía, ni debía, privar al mundo de la belleza de Friné, que se asemejaba a la de la propia diosa del amor, Afrodita.

En consecuencia -era de esperar, visto lo visto-, Friné fue absuelta.

FUENTE DE INSPIRACIÓN PARA LOS ARTISTAS

El juicio a Friné ha inspirado a pintores a lo largo de la historia, empezando por el mencionado Jean-Léon Gérôme, y siguiendo por su compatriota José Frappa, con su «Friné», de 1904, y el británico Joseph Mallord William Turner, con «Friné acude a los baños públicos como Venus», y también a escultores de la dimensión del estadoundiense Albert Weine, autor de Friné, en 1948.

El poeta francés Charles Baudelaire escribió sus poemas «Lesbos» y «La belleza», pensando en Friné, y el poeta y escritor austriaco Rainer Maria Rilke produjo «Los flamencos».

El compositor y director francés Camille Saint-Saëns escribió la ópera «Friné»; el escritor, poeta y periodista Dimitris Varos y su colega polaco Witold Jablonski, por su parte, publicaron sendos volúmenes sobre la famosa etaira.

El cine también se vio seducido por la historia de la hetaira. En 1953 se estrenó la película «Friné, cortesana de Oriente», de producción italiana y dirigida por Mario Bonnard.

En el foro romano, donde se administraba públicamente justicia, hacían lo mismo que en Grecia. En esto también copiaron los romanos a los griegos.

Vertían agua sagrada en el foro donde se celebraba el juicio y se invocaba a las divinidades porque los juicios estaban fuertemente enraizados en la religión y, eran, por lo tanto una prolongación de ella.

Fue precisamente en Roma, de la que España fue provincia, en el foro, en el aerópago romano, donde nació el oficio de abogado.

A los patricios romanos les correspondía la obligación de defender a los suyos ante los tribunales, pero el desarrollo de la ciencia jurídica llevó a encomendar a personas expertas en Derecho tal cometido.

Entonces aparecieron los jurisconsultos, que eran los que evacuaban las consultas que se les hacían sobre cuestiones jurídicas, y los “oratores”, que eran los que informaban ante los tribunales.

De esa manera nació en Roma, antecedente y fuente de la civilización occidental, un oficio vital hoy en día para beneficio de todos los ciudadanos.