“Han abandonado a su suerte la mayor joya con la que contaba la Región”
Impactados y desolados, así divisaban este viernes a primera hora de la mañana desde sus balcones los vecinos de Golamar «la muerte» de su Mar Menor. Todas las miradas puestas en los miles de peces que han aparecido a orillas de la playa de Marchamalo, pero ningún bañista, incluso antes de que, a mediodía, ondeasen las banderas rojas.
«Es para ponerse a llorar», lamentaba el gallego José Moldes que, después de 20 años veraneando en La Manga, aseguraba que ayer vio «el final de los finales; esto no hay quien lo salve, lo han dejado morir». Moldes, que recorre cada verano desde el 2001 la península de extremo a extremo para bañarse en la laguna salada, criticaba que las autoridades «hayan abandonado a su suerte la mayor joya con la que contaba la Región de Murcia».
A medida que avanzaba la mañana los vecinos se decidían a bajar de sus viviendas hasta la orilla de la playa para ver más de cerca la «agonía» del Mar Menor. «Es increíble, yo no había visto algo así jamás», comentaban entre ellos mientras recogían con sus propias manos algunos ejemplares.
Aunque han pasado seis días desde que aparecieran los primeros peces muertos en el Mar Menor, los vecinos no pensaban que la mortandad seguiría extendiéndose por diversas playas de la laguna. Aún así, aseguraban que el episodio no les ha pillado por sorpresa.
«Hace tres semanas el agua comenzó a ponerse verde y hace diez días el color se fue oscureciendo hasta convertirse en marrón», afirmaba Antonia Albaladejo. «Con el agua ya color chocolate, el miércoles por la noche se veía a los peces saltando a la superficie en busca de oxígeno, al tiempo que otros se acercaban a la orilla, también buscando el aire», añadía la vecina. Una estampa que ya hacía presagiar lo peor a los residentes. «Anoche ya sacamos una sepia y un pulpo de la orilla, pero lo peor estaba por venir», apuntaba Albaladejo.
En la playa de Puerto Bello, los vecinos observaban atónitos la orilla de la laguna salada. «Este desastre lo ha provocado la dejadez de todos los partidos políticos», sentenciaba Cayetano Bolto. «Esta situación nos perjudica a todos. El estado del Mar Menor provoca que se pierdan puestos de trabajo y turismo, eso es una pérdida de dinero para la Región de Murcia», añadía.
Los turistas no dan crédito
Claudia Lojo y Rafael Herrera llegaban este lunes a La Manga del Mar Menor para disfrutar de unas vacaciones en familia. Llevaban semanas planeando y organizando su estancia en la laguna salada junto a su hija. Sin embargo, «llegamos de Cádiz y nos quedamos horrorizados, recordaba Lojo. «Es la segunda vez que venimos a La Manga, ya estuvimos aquí en el año 2019 y, animados por nuestras amistades, decidimos regresar para comprobar si el estado del Mar Menor hace tres veranos había sido algo puntual. Lamentablemente, no ha sido así», explicaba. «No creo que volvamos después de esto», añadía su marido.
La muerte masiva de peces en el Mar Menor también ha sido «una decepción» para la alemana Gabriela K., que llegó al camping de Villa Caravaning hace tres días, junto a su marido y una amiga. «Nos hemos venido hasta aquí porque la zona de Villa Caravaning huele fatal», explica la turista, «pero la sorpresa nos la hemos llevado al ver los peces en la orilla», añadía.
A pesar de residir a pocos kilómetros, en Cartagena, Pablo Calvo también apostó por pasar sus vacaciones en el Mar Menor. «Alquilamos la casa para todo el mes de agosto aquí en Golamar para poder disfrutar de la playa junto a mi mujer y mis dos hijas», explicaba el cartagenero. «Después de ver a los peces agonizando, mi hija me ha preguntado: Papá, ¿ya no nos vamos a poder bañar más en el Mar Menor? Ahora están en una piscina, en Playa Honda, después de haber destinado todo el presupuesto de nuestras vacaciones anuales a esto», relataba Calvo.
Los niños, la esperanza del mar
Si las imágenes de peces muertos a orillas de la playa es cruda para los adultos, los más pequeños quedaban aún más impactados si cabe. Sin embargo, impulsados por su inocencia, son muchos los grupos de niños con cubos y redes que, durante estos días se han acercado hasta la orilla para rescatarlos. «Hemos salvado un montón. Los cogemos aquí en La Gola y los llevamos hasta el Canal de Marchamalo para que naden hasta el mar mayor», explicaba Yago, de 8 años, mientras buscaba peces vivos en la orilla junto a su hermano Hugo, de 11 años, y su amigo Carlos, de 9 años.
Las nuevas generaciones no tendrán la suerte de conocer el Mar Menor como lo ha hecho Antonia Sánchez, que a sus 88 años de edad, presumía de llevar ocho décadas bañándose en Los Nietos. «Aquí me traían mis padres de pequeña y ahora ya ves, sigo viniendo, tengo casa aquí y no cambio a mi Mar Menor por nada», aseguraba. Aún así, hace una petición a los políticos: «Que hagan algo y recuperen el Mar Menor de antes, no me gustaría morirme sin bañarme en esta playa de nuevo», añadía.
La ruina de los chiringuitos
Mientras que algunos chiringuitos de La Manga, Playa Honda e Islas Menores permanecían cerrados durante la jornada del viernes, otros, como en el caso del chiringuito de Los Nietos, aguardaban la llegada de nuevos clientes. Sin embargo, «desde el lunes la afluencia ha caído en picado, veníamos de un fin de semana muy bueno pero, para ser viernes, la cosa está muy floja», explicaba Maica Belmonte, camarera.
Aún así, a pesar del «desconsuelo» y la «indignación» que sienten en estos momentos vecinos, turistas y empresarios, algunos aún guardan la esperanza de que, «con mucho trabajo y esfuerzo por parte de administraciones y ciudadanos», el Mar Menor aún tenga una última oportunidad para salir a flote.
La muerte de peces obliga a cerrar varias playas de la laguna salada
La dramática imagen de miles de peces muertos o boqueando en la orilla ayer, por quinto día consecutivo, obligó al cierre de varias playas en el Mar Menor. Los arenales afectados en los que se prohibió el baño fueron La Gola, Playa Paraíso, Playa Honda, Caravaning, Mar de Cristal, Islas Menores, Puerto Bello y Cala del Pino una vez que los socorristas recibieron indicaciones para su clausura e izaron la bandera roja.
Tras el paso de los operarios, que apenas daban abasto en las tareas de limpieza, se volvieron a reabrir las playas de La Gola, Playa Paraíso, Playa Honda, Caravaning, Mar de Cristal e Islas Menores.
Vecinos de la zona de La Gola aseguraron que «el olor a pescado podrido era insoportable», que los técnicos medioambientales les pidieron que volvieran a sus casas e incluso aseguraron que algunos menores fueron llevados al médico tras haber estado en el agua.
Desde el Ayuntamiento de Cartagena solicitaron también a los vecinos que no se acercasen a estas zonas para facilitar las labores de limpieza y evitar cualquier riesgo por el paso de maquinaria.
El pronóstico de la comunidad científica y los ecologistas augura más llegada de peces muertos a la orilla, por lo que en los próximos días no se descartan nuevos cierres de playas.
Lo que nunca podrás comprarte: el Diamante de la Esperanza por 250 millones de dólares
Maldito, legendario, misterioso… muchos son los adjetivos que se ha ganado a lo largo de la historia la joya más cara del mundo. El diamante más famoso y perfecto que se existe sobre la faz de la tierra -y en las profundidades del mar-. Y es precisamente esa gigante masa de agua turquesa la que tiene vinculación con esta preciosa gema.
El Diamante de la Esperanza o Diamante Hope. Se trata de un diamante azul, de un azul intenso y profundo de 45.52 quilates (ct) de masa que equivale a 9,104 gramos (gr) ya que, como es sabido por todos, cada quilate corresponde a 20 gramos. No olvidemos que aparte de ser una unidad de masa para las gemas y joyas, el quilate es una unidad de pureza, importantísimo dato a la hora de medir el valor ese preciado mineral.
El origen del diamante se remota a la India del siglo XVII, indicando que proviene de la mina Kollur, la cual se conoce por ser una de las primeras minas de diamantes del mundo de donde no sólo han salido el Hope sino otras célebres gemas cargadas de historia.
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Alrededor del año 1600, el Diamante Hope llegó a manos de Louis XIV, el todopoderoso rey Sol de Francia. Tras su muerte, pasó a manos de Louis XV y Louis XVI. Este, el último rey de Francia, le regaló el diamante a su esposa, Marie Antoinette de Austria, para que lo incluyese en su ingente colección de joyas.
Pero la Revolución francesa acabó con la monarquía, con la vida de los Reyes, con Versalles y el colgante fue robado. Uno de los responsables, el cadete Guillot, lo llevó a la ciudad de El Havre. Después, lo transportó a Londres con el objetivo de venderlo. Cuatro años después del hurto del mismo, en 1796, Guillot fue encarcelado cuando intentaba venderlo en Lancry de la Loyelle.
Después fue adquirido por Henry Hope. De ahí que todavía hoy el diamante siga llevando el apellido de quien fuera su dueño. La leyenda cuenta que el diamante está maldito porque la familia Hope terminó muriendo en la indigencia.
El 10 de noviembre de 1958, el Hope fue donado al Museo Nacional de Historia Natural de la Institución Smithsoniana por el joyero Harry Winston. Winston, que fue y sigue siendo un referente en lo que al universo joyería se refiere y que ha creado anillos y pendientes para las celebridades más respetadas del planeta, lo envió, en un sobre de papel de estraza, por medio del servicio postal nacional. A partir de entonces, forma parte de la colección nacional de gemas del museo. Calculan que su valor es de 250 millones de dólares.
Rose Dewitt Bukater con ‘El corazón de la mar’, un guiño a Diamante de la Esperanza.
Como anécdota, cabe recordar -y quien tenga un poco de memoria cinematográfica ya habrá caído en la cuenta- que el Diamante de la Esperanza es nombrado en la película Titanic (1997) de James Cameron. Rose DeWitt Bukater, interpretada por Kate Winslet (45) a quien su madre fuerza para casarse con el magnate Caledon ‘Cal’ Nathan Hockley, es agasajada con un diamante azul llamado Le couer de la mer (El corazón de la mar).
“Es mejor que el Diamante de la Esperanza. El corazón de la mar es para la realeza. Y nosotros somos realeza”, afirma Hockley ante el asombro de su prometida, que en los días venideros viviría a bordo del transatlántico una de las historias de amor más increíbles de la historia del cine.
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La ‘crisis de paisaje’ del Mar Menor
Primero hacemos un viaje, corto o largo no importa; paseamos, observamos el paisaje, lo fotografiamos. El estado de ánimo influye. Finalmente afloran los sentimientos y comienza esa difícil tarea de convertirlos en palabras. Un viaje, por ejemplo, al Mar Menor, a Santiago de la Ribera a Lo Pagán; a Los Nietos, Los Urrutias o Los Narejos, a todo aquel paisaje de nuestra niñez. Casi no importa ya. La naturaleza no conoce fronteras. Tampoco importa que el corazón se rompa, que el pasado esté muerto en el presente.
A esto, a todo lo que está ocurriéndole al Mar Menor en este nefasto agosto de 2021, el consejero de Fomento e Infraestructuras de la Región de Murcia, señor Díez de Revenga, lo llamó, el 17 de diciembre de 2019, pocos días después del desastre medioambiental de octubre del mismo año, en una reunión que mantuvo con los agentes económicos y sociales para darles a conocer el contenido del borrador del Decreto-Ley de Protección Integral del Mar Menor «crisis de paisaje». Y tenía razón Díez de Revenga cuando afirmó que el paisaje es algo más, que el Convenio Europeo del Paisaje lo define como «cualquier parte del territorio tal como lo percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos».
Para Díez de Revenga, en los últimos días hemos comprobado también que para el presidente López Miras y para su Consejo de Gobierno, el paisaje son las edificaciones a la orilla del Mar Menor, los balnearios, los amarres de embarcaciones, los puertos deportivos, las playas artificiales, incluso lo cultivos de la zona sur de la laguna.
En la misma reunión, celebrada en dependencias del ayuntamiento de San Javier, explicó que había que entender el Mar Menor como «un sistema socioecológico, no solo como la masa de agua». Dijo otras cosas, claro. Por ejemplo, que el deterioro de la masa de agua no coincidía con el gran desarrollo urbanístico de la última década y media, que las actividades náuticas y deportivas eran amables con el medio ambiente, que no era partidario de prohibir la navegación a motor porque per se no dañaba el entorno, que los puertos deportivos no contaminaban el Mar Menor, que no había estudios concluyentes que demostrasen que dichas infraestructuras tuviesen afectación hidrodinámica sobre la masa de agua, que a lo sumo había que acabar con los fondeos ilegales y regular velocidades excesivas, ruidos y motores de dos tiempos de carburación.
Fue una charla con pretensióndidáctica dirigida a un público muy amable, y entregado a la causa de culpar a otros del ecocidio del Mar Menor.
Sí, existe realmente una crisis de paisaje, y tal vez tenga más que ver con el cambio en la percepción que tienen los ciudadanos del Mar Menor como paisaje tal como establece el Convenio Europeo del Paisaje firmado en Florencia y que está en vigor desde 2008 en España. El problema, al menos para este articulista, es que salió de la reunión de presentación del Decreto-Ley con la duda de si se quería recuperar el Mar Menor o simplemente cambiar la percepción de la ciudadanía sobre el paisaje resultante de tanto desafuero.
Objetivamente es más sencillo lo segundo que lo primero. Pueden existir paisajes desolados que puedan ser agradables para el observador. Los bosques que rodean Chernóbil, o el río Segura a su paso por la ciudad de Murcia después de las obras que se están realizando para que la ciudad «se acerque» a su lámina de agua, sin ir más lejos.
Porque si la agricultura no es responsable de la contaminación de la laguna, y tampoco lo son el desarrollo urbanístico o la presión turística sobre sus playas y aguas, ¿cuál es el problema?: la percepción de la ciudadanía del paisaje, aquello que lo afea y es desagradable a la vista. Cambiemos, pues, el diálogo que se establece entre el Mar Menor y el observador. Toda la actuación política del Gobierno regional va dirigida precisamente a ese cambio gratis total, sea mediante campañas tipo «Mar Menor, un destino multiexperiencial» o declaraciones del tipo «sus aguas son óptimas para el baño». Todo en orden salvo esas pequeñas cosas que no gustan o desagradan: peces muertos, el manto verde de las algas, la opacidad de sus aguas, el mal olor, la muerte, en definitiva, de una joya natural única en su tiempo. Y tampoco en esto es culpable el Gobierno regional; lo es el Gobierno central que ni hace ni deja hacer.
Casi dos años después de la reunión, la naturaleza vuelve a mostrar el daño infligido por actividades económicas depredativas que nunca sacian sus necesidades de destruir para producir. El presidente López Miras convoca una rueda de prensa para incidir en la crisis del paisaje. Advierte que dragará la Gola de Marchamalo y todas las que se le pongan delante. Se trata de ocultar la realidad de debajo de la lámina de agua, de mostrar a la ciudadanía que el Mar Menor ofrece postales de ensueño, que podemos convivir con un presente sin recordar aquel pasado majestuoso de una albufera única en el mundo.
López Miras y su Gobierno pretenden convertir el Mar Menor en un apéndice del Mar Mediterráneo para que la naturaleza no nos recuerde que burlar los equilibrios que exige a las actividades humanas tiene consecuencias, y muy graves. Las imágenes de este horrible agosto de 2021 no se borrarán fácilmente de la memoria colectiva de una sociedad hastiada de tanta dejación de funciones. Tampoco se debería perdonar tanto desafuero.
Hacia 1960, Juan Goytisolo escribió un relato breve que incluyó en su libro Fin de fiesta. Se titula Mar Menor. Su lectura no aportará mucho a aquella generación que ronda los 60-70 años. la laguna que describe es aquella que conocieron nuestros padres y abuelos, a los que será difícil de convencer que lo importante no es el Mar Menor, sino la percepción que se tiene de él. Tampoco convencerá a ecologistas más o menos jóvenes. Pero tal vez el relato de la NO verdad pueda aunar multitudes fáciles de convencer mediante un lenguaje seudocientífico.
No obstante, la nefasta gestión de nuestra joya natural no puede salir gratis a una generación de políticos que ha gobernado 26 años obviando los problemas o dándoles patadas hacia el futuro.
Por mi parte, transmitiré a mis descendientes lo que fue un mar que no nos merecíamos, tal fue nuestra actitud hacia el mismo.